Calle San Luis, 50, 41003 Sevilla
Teléfono 954 91 63 33
En una ciudad tan vertiginosa y sensorial como Sevilla, donde el bullicio es casi patrimonio y la prisa una costumbre compartida, emerge silenciosa —pero firme— una alternativa que invita a detenerse: el movimiento slow food. Esta filosofía, nacida como respuesta a la dictadura del fast food, no es solo una manera de comer, sino una forma de estar en el mundo. En Sevilla, uno de sus más fieles representantes tiene nombre propio: conTenedor. Este espacio, ubicado en la calle San Luis —donde la historia parece palparse en cada adoquín—, es mucho más que un restaurante. Es un acto de resistencia frente a la prisa, un lugar donde cada plato se convierte en ceremonia y cada ingrediente en protagonista. Desde su fundación en 2006, los hermanos Javier y Ricardo Llinares, junto con el impulso visionario de Ignacio Llinares, han cultivado un proyecto culinario que trasciende lo gastronómico para adentrarse en el territorio de la experiencia vital.
Entrar en conTenedor es como atravesar el umbral de un taller de artistas disfrazado de comedor: aquí las mesas no solo esperan platos, también conversaciones, trazos, luz y presencia. La decoración no se limita a vestir el espacio, lo construye. Cada detalle parece elegido no para impresionar, sino para respirar. Y eso se nota. Los suelos en mosaico hexagonal, de aires retro, crean una base rítmica sobre la que se alzan mesas de madera clara, vajillas desparejadas, sillas que no obedecen ninguna norma estética excepto la de la libertad. Todo parece formar parte de una escenografía doméstica y cálida, casi improvisada, y sin embargo nada es aleatorio. El verdadero latido visual lo marcan las obras del artista Ricardo Llinares, hermano de los fundadores. Sus pinturas cuelgan de las paredes como si fueran ventanas abiertas a otros mundos. Con un trazo vibrante, gestual y colorista, su estilo habita el local como un personaje más: expresivo, rotundo, a ratos caótico y siempre magnético. Estas piezas no son decorado; son alma. Son la firma visual de un espacio que no teme el exceso si viene de la emoción. La luz, dosificada y cálida, se cuela desde lámparas colgantes que parecen sacadas de un estudio industrial, mientras que los conductos de ventilación le añaden un aire de taller moderno. Pero nada impone frialdad: aquí el acero convive con la madera, y lo urbano con lo íntimo. conTenedor no está decorado: está curado. Como una buena exposición, el espacio rota, se deja afectar por los artistas que lo habitan, por las obras que lo atraviesan, por los comensales que lo viven.
Lejos de las fórmulas prefabricadas o los fuegos artificiales culinarios, la propuesta de conTenedor se basa en una idea clara: escuchar al producto antes de cocinarlo. La materia prima es tratada con una reverencia casi litúrgica. Todo parte de una selección meticulosa de ingredientes ecológicos, de temporada y, siempre que es posible, de origen local. No se trata solo de proximidad geográfica, sino de cercanía ética: conocer al productor, respetar los ritmos de la tierra, entender los ciclos del mar. Cada plato nace de una inspiración concreta y de un momento determinado: no hay rigidez en la carta, sino una fluidez que permite que el restaurante se reinvente día a día. Más que un menú, lo que se ofrece aquí es una narrativa gastronómica. Una historia contada con vegetales de temporada, pastas artesanas, carnes seleccionadas y pescados que viajan directamente desde las lonjas de Huelva y Cádiz hasta el plato, sin intermediarios. Una sinfonía de temporada que abre con una tabla de paté casero (9–13 €) y una selección de quesos artesanales nacionales (13–19 €). Ensaladas con ingredientes inesperados, como la de hojas verdes con verduras encurtidas (14 €), la de tomates ecológicos con chucrut de lombarda, rúcula y sardina ahumada (18 €), o la de papaya con cítricos, lentejas caviar, algas y huevas tobiko. El tartar de salmón con aguacate y mango (20 €), unos exquisitos espárragos trigueros ahumados con rabanito, migas de maíz picante y huevo frito (21 €), o el nido de verduras con burrata, hummus y setas shiitake (20 €). Pastas artesanales como el rigatoni con boletus confitado y carrillada ibérica (21 €). Los arroces, emblema de la casa, incluyen versiones como el negro helado con velo de concha (20 €), el arroz de conejo y tomate (21 €), o el crujiente con pato y salsa de setas (22 €). Las carnes y pescados cierran el desfile: secreto de cerdo con fideos y romesco (24 €), lomo de dorada con crema de albahaca (23 €), tartar de atún rojo (24 €), merluza de palangre (25 €), magret de pato con salsas asiáticas (25 €), y un lomo de ciervo con boniato (26 €). De postre, tarta de queso y manzana con helado de pistacho 6,50€, tarta de chocolate, toffee y especias, con sorbete de mango 6,50€, cortadillo de coco y sorbete de piña 7,00€, milhojas de café y mascarpone 7,00€ o el arroz con leche y tocino de cielo 6,00€.
Vinos en su mayoría andaluces, como Lustrillo 6,00€, Soplagaitas 4,50€, Silente 31,00€ de Sevilla, Abulaga 4,00€, Atuna 4,50€ de Cádiz, Señorío de Nevada de Granada o el Sueño del niño de Huelva, entre otros. Pero si conTenedor destaca por su cocina, no menos lo hace por su espíritu artístico. El restaurante funciona como un laboratorio cultural, un espacio donde se cruzan los caminos de la gastronomía, las artes plásticas o la música, que aquí no es solo un fondo ambiental. Cada martes, las noches se visten de acústico: conciertos íntimos donde el vino y la conversación se entrelazan con la guitarra, el piano o la voz. Además, podéis venir con vuestra mascota: en conTenedor también son pet friendly. En definitiva, aquí se viene a comer bien, sin prisas, sin adornos vacíos, sin postureo. Se viene a charlar con gusto, a escuchar música sin que moleste, a beber vino que no necesita apellido extranjero. Buen producto, cocina sin trampa, ambiente con alma. No es una experiencia gourmet de manual, es una comida que se recuerda, una cena que se alarga. En tiempos de velocidad y ruido, conTenedor es una trinchera donde comer sigue siendo un placer, no una obligación. Y eso, en los días que corren, ya es bastante revolucionario.