Calle Pozo Nuevo, 25, 41927 Mairena del Aljarafe
Teléfono: 955 60 96 06
En una provincia como Sevilla, que respira historia en cada esquina y donde el paso del tiempo deja huella sin borrar lo esencial, apenas un puñado de restaurantes han logrado cruzar la barrera del siglo. Son contados con los dedos de una mano los locales que no solo han sobrevivido más de 100 años, sino que lo han hecho sin traicionar su alma, manteniéndose fieles a su historia, su cocina y su gente. Pero ¿Qué hace que un restaurante dure tanto? No es solo la comida —aunque sea deliciosa—, ni el servicio —aunque sea cercano y atento—. Es algo más profundo, más difícil de medir: un sentido de pertenencia, de continuidad, de haber echado raíces en el corazón de una comunidad. Es estar en la memoria de varias generaciones que aprendieron a celebrar, a reencontrarse y a despedirse entre sus mesas. Es haber visto pasar el tiempo sin dejar que pase de largo. La Tarazana es precisamente eso: un refugio de lo auténtico. Desde 1917, y de la mano de la familia Colchero, este restaurante ha sido mucho más que un sitio donde comer bien. Es un pedazo vivo de historia, un rincón donde aún se respira el aroma de los antiguos viñedos del Aljarafe, donde la madera cruje con dignidad centenaria, y la chimenea, ahora en reposo mientras el calor del verano aprieta —paliado por el aire acondicionado—, recuerda los inviernos de brasas vivas que no solo calientan el cuerpo, sino también el alma. Es cierto que podríamos pensar que es un sitio más propio de los meses de frío, pero su cocina es igual de buena durante todo el año.
La Tarazana conserva la estructura original de la antigua bodega que le dio origen, y eso se respira en cada rincón del local. Su decoración no pretende ser rústica, es auténticamente tradicional. El techo a dos aguas y las vigas de madera expuestas aportan una calidez indiscutible, mientras que los azulejos costumbristas de la barra, obra del trianero Paco Franco, y los mosaicos y pinturas rocieras, completan un ambiente donde cada detalle tiene algo que contar. Los manteles blancos de papel refuerzan esa sensación de familiaridad. Aquí nada es impostado. Y cuando el personal se pasea entre las mesas saludando con cercanía, uno comprende que esta no es una empresa al uso: es una herencia viva, un legado que se comparte con cada cliente que cruza la puerta. Además del acogedor salón interior, La Tarazana cuenta con una amplia terraza perfecta para las noches de verano. Un lugar ideal para disfrutar sin prisa de una copa de vino, una buena conversación y los sabores de siempre. Aquí no se viene solo a comer: se viene a estar. A sentarse con calma, a compartir mesa con tres generaciones, a recordar sabores de la infancia y a dejarse emocionar por una cocina tradicional que sigue viva. El servicio, cercano y genuinamente interesado en que disfruteis, redondea una experiencia que va mucho más allá del plato.
La carta, como el local, no se deja llevar por modas pasajeras. Aquí la tradición es una virtud. Desde el jamón, el queso curado y la ensaladilla de toda la vida, hasta guisos que podrían firmar las abuelas del pueblo, todo se mantiene con una coherencia admirable. De entrada tenéis la chacina y las ensaladas, las gambas cocidas 12,00€ o el pulpo a la gallega 15,00€. Hay platos que llevan medio siglo sin cambiar apenas una coma: la carrillada con su guiso denso y zanahorias dulces 12,00€, la pierna de cordero lechal 19,00€, el cachopo 19,50€, el solomillo con ciruelas y pasas 13,50€, las croquetas caseras de salmón y gambas 10,00€, pescado frito como los chocos o los taquitos de bacalao o de merluza 12,00€, el revuelto de bacalao 10,00€, los pescados a la plancha, como la dorada, la lubina o el salmón 12,00€ o las gambas al ajillo con el clásico bollo de pan templado para mojar. Y aunque el tiempo no se ha detenido —han aparecido propuestas nuevas como las bolitas de espinacas con salsa de gambas 10,00€ o las taleguillas de queso y marisco 2,20€— todo se incorpora con naturalidad, sin estridencias. Como si llevaran allí desde siempre. Y después, el postre. Casero, por supuesto. Un tocino de cielo, una tarta de limón o de chocolate 4,50€ que no quieren ser espectaculares, pero que lo son. Lo hace Charo, como lleva haciéndolo desde hace más de 30 años. Y ese «pegotito» de nata al lado, que otros quitarían por estética, aquí es seña de identidad.
La Tarazana no necesita reinventarse cada año. No lo necesita porque ya encontró hace mucho su sitio en el mundo. Y lo conserva con cariño, con trabajo diario, con honestidad. En una época donde todo parece efímero, este restaurante es una rareza: un sitio donde la comida es buena, sí, pero donde lo verdaderamente valioso es cómo te hace sentir. Porque a veces, al final del día, lo más importante de una comida es que te recuerde quién eres. Que te haga sentir en casa. Y eso, en La Tarazana, lo entienden desde hace más de un siglo.