Calle José María Moreno Galván, 2 · 41003 Sevilla
Teléfono 954 70 17 01
Corría el año 2009 cuando Francesc Ros y Carlos Hernández, ambos curtidos en las filas de Telepizza, decidieron abandonar el buque y levantar su propia enseña. Lo hicieron en Alcobendas, en plena crisis económica y bajo un nombre que casi nadie recuerda: Pizzería Di Carlo. La apuesta era arriesgada, pero encontraron hueco entre los gigantes del sector gracias a una fórmula simple: locales en barrios residenciales, estética cuidada, precios competitivos y una carta pensada para contentar a todos sin salirse jamás de la línea. Quince años después, y tras rebranding y expansión mediante franquicias, Pizzería Carlos aterrizó en Sevilla. Su primer establecimiento en la ciudad abrió en Nervión, con una propuesta que replica al milímetro el modelo de barrio residencial al que la cadena aspira. Más recientemente, han sumado un segundo local en la Avenida de las Ciencias, en plena Sevilla Este, consolidando así su presencia en dos de los núcleos urbanos más dinámicos —y previsibles— de la capital andaluza. La empresa busca posicionarse como “la pizzería del barrio”, una alternativa cercana al fast food industrial sin renunciar del todo a esa esencia. No es casualidad: el grueso de su crecimiento ha estado ligado a zonas en desarrollo, bloques de nueva construcción y familias jóvenes en busca de comodidad y previsibilidad. Todo lo que se puede esperar de una franquicia con casi un centenar de establecimientos en España que se conocen antes de entrar.
El local de Nervión, fiel al patrón corporativo de la cadena, opta por una decoración predecible y perfectamente intercambiable. Suelos laminados de madera oscura, sillas de respaldo recto y mesas de tablero claro componen un comedor que, aunque limpio y ordenado, carece de alma. Las paredes alternan tramos de ladrillo visto decorativo con paneles lisos en tonos beige, buscando una calidez artificial que no termina de cuajar. La iluminación —una serie de bombillas suspendidas con cuerda gruesa— parece sacada de un catálogo de inspiración industrial de hace una década, y ya no sorprende ni al comensal más distraído. Todo está donde se espera, pero nada invita a quedarse. Ni una concesión al barrio, ni un solo detalle que delate que estamos en Sevilla. La disposición de las mesas responde más a la optimización del espacio que a la comodidad del cliente, y los pequeños tiestos con plantas artificiales aportan el único gesto amable en un ambiente pensado para rotar mesas más que para generar experiencias. Un decorado eficaz para un producto sin pretensiones. Podría ser una cafetería en un polígono o el comedor de una franquicia de sushi, y el efecto sería el mismo: genérico, correcto, olvidable.
En Pizzería Carlos, en Sevilla, ofrecen una variedad de entrantes perfectos para compartir: patatas gajo, croquetas de jamón, nuggets de pollo o veganos, aros de cebolla, alitas BBQ o bravas, tequeños, pan de ajo y un combo de entrantes por 10,95€. Permiten personalizar las pizzas eligiendo el tamaño, la masa y los ingredientes al gusto, con precios de 9,95€ para la pequeña, 12,95€ para la mediana, 17,90€ la familiar y 11,45€ la calzone. Entre sus especialidades destacan la barbacoa de pollo, crispy barbacoa, carbacoa, carbonara, carlina, brava, Carlo pepperoni, especial Carlos, tutto carne, tropical, 4 quesos, cabrini, opciones vegetales y tres variedades sin gluten. También preparan ensaladas frescas como la mediterránea, la César y la tropical, todas por 8,95€. En cuanto a pasta, disponen de lasaña de carne (10,95€), canelones de carne (10,95€), penne rigate (8,95€) y tagliatelle all’uovo (8,95€), que pueden combinarse con salsa boloñesa, carbonara o cuatro quesos. Para los pequeños, ofrecen un menú infantil con croquetas, nuggets o pizza pequeña, acompañado de patatas y bebida por 6,95€.
Lo cierto es que más allá de su despliegue logístico, su apuesta por el delivery propio o su discurso sobre la cercanía vecinal, la Pizzería Carlos no aporta nada que no hayamos visto antes. Su presencia en Nervión no hace más que reforzar la saturación de una oferta ya homogeneizada en la que cada vez cuesta más distinguir entre lo funcional y lo meramente repetitivo. Confieso que no soy fan de las franquicias, y esta no es la excepción. Pizzería Carlos es una más. Una más que no molesta, pero tampoco emociona. Mediocre en el sentido más exacto del término: ni buena ni mala, simplemente olvidable. Una pizza que sirve para salir del paso, sin alma, sin riesgo y sin intención de dejar huella en el panorama gastronómico sevillano. “‘La pizza que recordabas’, dice su eslogan. Yo no puedo evitar añadir: ‘y que pronto volverás a olvidar’.”